Un día diferente - Por Martín Kim
Aquella mañana me desperté para ver el amanecer, tomé el diario para no levantar sospechas y con un beso en la frente de mi madre, que aún dormía, me despedí. Antes de salir tomé mis anteojos de sol y me los puse a pesar de estar nublado.
El día estaba fresco con una brisa suave, fría y húmeda; parecía que el mundo se había quedado sin palabras. No había personas en las calles, sin embargo, yo caminaba apresurado, con mis manos en los bolsillos de la campera y los hombros encogidos. Miraba a mis alrededores, de un lado a otro, aún oscuro, el feriado parecía haberse tragado a las personas, solo veía una luz prendida en un puesto de diario que recién parecía abrir, el viejo me miró y no dijo una palabra.
La luz del día llegaba segundo a segundo, mientras tanto yo daba pasos, cada ves mas rápidos, cada vez mas largos. Debía llegar a mi destino y terminar con lo que alguna ves inicié.
Cáceres me esperaba sentado sobre un banco en el puerto, las nubes ya se habían emblanquecidos por los rayos del sol. Su mirada se envolvía en el mar y su manera de vestir, con un tapado beige, una boina negra y sus guantes de cuero, aún me provocaban una sensación de autoridad de él. Sin darse vuelta balbuceó unas palabras –El mar me da la tranquilidad que tus acciones nunca me dieron-. Cáceres parecía no estar de humor. No contesté palabra alguna, solo saqué mi mano del bolsillo para palmear su hombro, un simple gesto. El sacó de su bolsillo una pequeña media, colorida, pequeña, y me la entregó. -Ya terminamos. Espero verte algún día y que ya no debamos hacer esto de nuevo- sus palabras fueron tristes. Después de recibir esa media, di la vuelta y sin decir palabra, toqué su hombro nuevamente y me fui.
Luego de apartarme unos metros me paré y revisé mi botín. Tomé la media, aún tenía sangre, la abrí y ahí estaba mi parte, un diamante azul que brillaba a pesar de la poca luz que daba ese día nublado. Aún teniendo mi paga, mi conciencia no me dejaba tranquilo. El viento empezó a soplar fuerte, guardé el diamante y en ese momento algo se me pegó en la oreja. Intenté sacarlo y tuve que hacer una serie de maniobras con mi cuerpo para poder quitar aquello que me zumbaba el oído. Era una mosca, muy grande para ser normal, me dio repugnancia el tenerlo en mi mano derecha. Pero era extraño, por un momento me quedé observando mis manos, en una tenía un diamante azul y en la otra una mosca muerta. Mi pecado había sido parte de esto, nadie lo hubiera sabido, mi familia me esperaba para el almuerzo y yo caminaba con la esperanza de poder darles algo mejor, costara lo que costara.
Entrar a mi hogar, ver a mi madre, mis hermanos menores, hicieron que pronto cayera de rodillas y me largara a llorar.
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