Ayer, en una reunión de
hermanos de diferentes iglesias conocidas, hubo un mensaje a través de una de las
oraciones representativas que me generó un impacto y reflexión. Creí que iba a
ser momentáneo pero ese pensamiento resurgió de manera constante en mi cabeza
hasta que hoy pude confirmar en La Palabra, en mi devocional diario, lo que
implicaba.
Este hermano había orado
de forma casi didáctica mencionando algo así como: "Señor, ayúdanos a
entender la eternidad, porque a través de comprender que somos seres eternos
por la Gracia de Jesús podremos vivir de otra manera". Sinceramente, no
recuerdo muy bien si fue exactamente esto lo que dijo, pero lo relevante es que
provocó un clic en mi corazón y mente, en un momento decisivo de mi vida.
El mensaje de la oración
de este hermano había sido penetrante pero incompleto. Pero hoy, en mi devocional
personal, en el pasaje en que Jesús afirma ser la resurrección y la vida (Juan
11:17-27) estos fueron las palabras que dieron fuerza a la idea:
"Jesús le dijo
entonces: -Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que todavía está vivo y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees
esto?" (Versículos 25-26)
Esta afirmación del poder
sobre la muerte que hizo Jesús a Marta, la hermana de Lázaro (el difunto que
luego resucitaría), es un mensaje poderoso para todo aquel que cree en las
palabras de Jesús.
Este pasaje nos da a entender
que somos seres eternos y no debemos limitarnos por nuestras ideas y deseos de
esta vida. Al fin y al cabo viviremos por la eternidad junto al Señor si
tenemos Fe en Jesús, esta vida resulta ser solo un abrir y cerrar de ojos, y es
solo un momento corto pero muy importante para la decisión que tomemos a diario
y que influirá para la eternidad.
Ser seres eternos nos da
una cosmovisión y parámetros diferentes al tomar las decisiones. Viviremos con
otros valores, de forma totalmente diferente a las personas de este mundo y
muchos nos creerán locos por abandonar nuestros fieles deseos por hacer lo que
este mundo pone de moda y éxito, y empezar a vivir de forma honrosa para lo que
el Dios de la eternidad nos creó. Porque no se puede comparar nuestro éxito,
nuestra capacidad de la cual nos vanagloriamos, nuestras posesiones materiales,
nuestro compromiso con la estética obsesiva, nuestros méritos académicos y
laborales, y todo ese mar de ideas y desgaste de tiempo y energía en el mundo,
con lo que resulta ser importante para la eternidad. Todo es efímero cuando no
tienen propósitos eternos pero habitualmente los mismos cristianos que creemos
en estas palabras de nuestro salvador, nos enfocamos de forma errónea frente a
tomar decisiones.
Si bien, en mi caso en
particular, debo tomar decisiones que determinarán el futuro académico,
ministerial, laboral, familiar, etc. entiendo que debo hacerlo no enfocándome
en unos pocos años de mi vida o lo que algunos hombres influyentes en mi vida
digan, sino en cómo llegaré cuando la eternidad comience y venga mi Señor a
hacer una evaluación de mis decisiones. Esto genera una revolución en mi
pensamiento cotidiano, y comprendo la magnitud de lo que estoy decidiendo en la
actualidad. Importa tanto si elijo estudiar algo, o en la forma que trato al
mendigo que me pide una moneda, todo resulta relevante a la hora de entender que
estoy aún en un período de elecciones que determinarán no solo mi futuro
terrenal sino el eterno.
Y todo este planteo me
lleva a una tras otra pregunta: ¿Realmente vivo para la vida eterna que Jesús
me prometió? ¿Cuál es mi escala de valores? ¿Acaso no estoy perdiendo el tiempo
de mi corta vida en las cosas efímeras que plantea la moda de los incrédulos? ¿Me
estoy aferrando a las ideas de aquellos que no entienden lo eterno? ¿Me dejo
llevar por las corrientes que no creen en la Gloria de un Dios eterno? ¿Tomé
las decisiones en base a lo que tendré un resultado eterno? ¿Mis acciones creen
en la eternidad? y así podría seguir planteando preguntas que destruyen todo
tipo de orgullo y confirman que aún hoy mis elecciones se desvían por mi
condición pecadora. O sea, soy pecador.
Mi esperanza está en que
sé y confío que por la Gracia de Jesús y la renovación que brinda el Espíritu
Santo, habrá un regenerar constante hasta llegar perfecto a la eternidad. Aún
así todavía sigo planteándome la idea de por qué le doy tanta importancia a las
cosas de este mundo y la respuesta a la que llegué es: porque aún me cuesta
creer en Jesús.
Creer no significa decir
algo o solo confesarlo. Creer significa confiar plenamente, ciegamente, y dejar
todo tipo de parámetro anterior y reemplazarla por lo que hoy La Palabra de
Dios me dice que es La Verdad. Creer implica una entrega total y no parcial,
porque aquel que cree su vida cambia, sus decisiones cambian, sus deseos
cambian, todo cambia, y el enfoque no es en lo terrenal ni en el efímero placer
de lo actual, sino en el día en que lleguemos ante la presencia del Dios eterno
y entendamos la plenitud del tiempo eterno. Y frente a la eternidad, no hay
herida, no hay dolor, no hay tristeza que valga, sino que lo único que importará
serán todas las decisiones que determinamos sembrar en nuestro corto período
terrenal.
Por lo tanto, he llegado
a la conclusión de que si creo y entiendo que soy un ser eterno, mis decisiones
se piensan y se eligen de acuerdo con la eternidad.
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