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miércoles, 26 de marzo de 2014
"Orgullosos por matar a Jesús"
"Orgullosos por matar a Jesús"
Mientras los fariseos todavía estaban reunidos, Jesús les preguntó: —¿Qué piensan ustedes del Mesías? ¿De quién desciende? Le contestaron: —Desciende de David. ¿Cómo puede el Mesías descender de David, si David mismo lo llama Señor? Nadie pudo responderle ni una sola palabra, y desde ese día ninguno se atrevió a hacerle más preguntas. (San Mateo 22:41, 42, 45, 46 DHH)
Los fariseos queriendo demostrar que Jesús era un falso maestro le hicieron preguntas. Al ver que respondía correctamente y aún mejor de lo que esperaban, ellos tramaban cómo hacerle incluso preguntas más difíciles y engañosas.
En un momento Jesús al ver la intención de sus corazones interpela sobre la cuestión del Mesías a estos fariseos. Les hace una pregunta compleja que ellos aún siendo hombres que se dedicaban al estudio de las escrituras no pudieron contestar. Ante esto, dejaron de hacerle preguntas, pero si tramaron en matarlo.
Jesús demuestra que está por sobre las enseñanzas humanas de estos maestros de la ley, derrotando tanto a los saduceos como a los fariseos en cuestiones teológicas.
El tema es, ¿Por qué, entonces, no le creyeron?
Esta realidad implica algo generalizado en la humanidad: El pecado del orgullo.
Si bien muchas veces entendemos que lo que nos dice otro es una verdad, se la negamos porque queremos que nuestra verdad sea la que esté por sobre las demás. Hablamos de mentalidades abiertas pero en realidad somos selectivos aún cuando la palabra del otro manifiesta una realidad total sobre mí.
Esto me ocurre a diario al escuchar palabras y prédicas difíciles de asumir. Al estar lejos de mis parámetros, en vez de admitir mi insuficiencia prefiero contraatacar y criticar a estos individuos ¡Que cobardía! Pero si lo vemos a nivel general en la humanidad es un parámetro constante, que también podemos ver en los adolescentes cuando deciden criticar a sus padres en vez de escuchar las enseñanzas que estos quieren brindarle. Ellos no ven la verdad de lo que dicen y más que escucharlos, eligen criticarlos aún cuando están siendo mantenidos por el sacrificio de su trabajo.
Pero sin ir más lejos, ¿No hacemos lo mismo con Dios?
Dios nos muestra una realidad de que somos pecadores y hacedores del mal, él nos remarca que estamos lejos de su presencia por elección personal de la humanidad. Pero preferimos no admitir nuestro pecado, es mejor criticarlo a Dios y ponerlo bajo la mira con críticas basadas en cosmovisiones erráticas de la Palabra (la Biblia).
Aún así Dios insiste que aún en nuestra realidad pecadora, el quiere justificarnos poniéndose en nuestro lugar con un sacrificio que vale para la eternidad, de esto se trata el evangelio. Pero seguimos con nuestra perspectiva defensiva de lo que Dios nos está mostrando y no podemos admitir nuestros errores frente a él, es más fácil así.
Al ver los fariseos y los saduceos que Jesús les remarcaba sus faltas teológicas y sus puntos de vista errados sobre la ley, ellos se complotaron, aún siendo dos bandos totalmente enemigos, para llevarlo a la peor pena bajo la mano de los romanos.
Sencillamente podemos afirmar que es una actitud egoísta y malvada. Pero nosotros somos iguales a ellos, somos fariseos y saduceos que deseamos matar al que nos dice la verdad, al que nos hace ver que somos hombres y mujeres bajo pecado ¿Por qué? Por orgullo.
Este orgullo es la primer barrera a poder amar y conocer a Dios.
Cuando empezamos a justificar nuestras acciones sin admitir que lo que dice la palabra sobre nuestra condición es correcta, ahí nos enfrentamos con Dios "defendiéndonos" con argumentos poco sostenibles.
A tal nivel lleva nuestro orgullo humano que queremos descifrar la creación y los planes divinos con nuestra lógica que poco y nada ha logrado entender, y de esa forma criticamos a un Dios que ni conocemos.
El orgullo me da argumentos para matar a Jesús en mí vida. Preferible matarlo antes que me diga quién soy en realidad.
Aún así Jesús nos da la opción de poder tener un encuentro con él y de poder conocer esa salvación de la cuál ni siquiera queremos. Pero hay una condición, entregar ese orgullo y creer en lo que él me dice, no solo sobre mi salvación sino sobre mi pecado.
Dios nos da la posibilidad de conocer la verdad en nuestras vidas. La verdad que nosotros no podemos conocer por causa de nuestra ceguera y orgullo, por nuestro pecado.
Es por eso que si realmente deseamos conocer a Dios, hay un paso imprescindible que debemos dar, reconocer nuestra condición de ser pecador, que deseo constantemente lo contrario a la santidad. Sin entender este concepto de maldad que existe en nuestras vidas, no hay posibilidad de que Jesús asuma la responsabilidad por nuestra maldad, porque simplemente no la admitimos.
La redención de Jesús viene, en cierta forma, a cambio de reconocer nuestra condición y entregársela con fe de que él se hará cargo.
Si no podemos reconocer nuestro orgullo, probablemente nunca podamos tener este privilegio de ser salvados.
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