Hace poco más de seis meses que volví a tener la oportunidad de ingresar a un grupo de profesores para guiar, enseñar o liderar a jovencitos que entran en la etapa de la adolescencia. Es estupendo tener ese encuentro cada domingo o sábado con chicos que desean de alguna forma conocer a ese Dios del cual tantas veces les hablan. Lo más excitante es conocer sus pasiones, sus gustos, entender sus tristezas, escuchar sus problemas y ayudarlos a crecer junto a la palabra de Dios; más que nada, enseñarles a tener una comunicación, una relación profunda con el creador. Pero hay un problema que está preocupando a grandes líderes. Es el problema de la tecnodependencia que generan los aparatos inteligentes que ya poco se dedican solo a recibir y hacer llamadas.
Los que pertenecen a una clase social acomodada, con un ingreso que les permite darse ciertos lujos, a temprana edad les otorgan a sus hijos celulares para poder tener un constante chequeo de su ubicación y estar en constante comunicación. Obviamente no estamos hablando de aparatos comunes, sino con todo lo que hoy nos permite hacer la tecnología.
El problema no son los beneficios, sino cuando el pibe en crecimiento se vuelve dependiente del dispositivo. La esencia de comunicar se pierde cuando estamos comunicados con todos pero con nadie a la vez. Podríamos decir que es un raro vicio del estar en red, de estar en contacto. Incluso esto va mas allá de los chicos, sino que afectan incluso a los jóvenes de más edad pero al mismo tiempo también a los adultos que aprenden a hacer uso de esto.
Mientras el mundo avanza, los dispositivos se están haciendo cada vez más poderosos en el tiempo que nos volvemos consumidos por estos. Ya no consumimos programas, ya no consumimos páginas virtuales, ni siquiera estamos siendo consumidores sino que nos volvemos productos: nos tenemos que vender en Face, tenemos que postrar cosas que generen Rating en Twiter, saber todo lo que ocurre para tener temas de los cuales hablar.
La sociedad a medida que tiene acceso a estos aparatos se vuelve más dependiente y el ejemplo más claro fue la televisión. Pero a diferencia de lo que muchos creen la TV no es reemplazada por otro dispositivo, sino que se les agregan otros más como la PC y luego ya no solo es la PC sino también el celular, y si uno no está conforme se compra una tablet. No es que cumplen un rol diferente, hoy estamos en el auge de la "comunicación" todos cumplen el mismo rol: mantenerte "comunicado".
Capaz sea difícil saber que hubieran dicho los ensayistas de la Escuela de Frankfort, creo que esto iría más allá de su teoría apocalíptica de los medios de comunicación como aparatos de construcción ideológica. Ya no se trata de ideología, porque no transmiten nada, solo distracción y dispersión. Es simple entender la cuestión cuando uno ve la poca concentración de los jóvenes en un discurso que no dura más de veinte minutos, en medio de este, están tecleando un Tweet que dice: "que aburrida que es esta clase".
Aún así el punto de esta tecnodependencia no es la falta de concentración, sino como decía el Pastor de jóvenes Dante Gebel, es que no hay verdadera comunicación y esto es peligroso para el futuro de nuestra sociedad. La "comunicación" constante que permiten estos aparatos están destruyendo la intimidad. Aún escribiendo este artículo tengo la página de Facebook detrás de esta ventana con los contactos que están conectados. Hace falta solo un click para poder saludarlos o comentarles algo. No se adentran las relaciones porque es más fácil que alguien se entere de un chisme que leer el diario. ¿O acaso me van a negar que las redes sociales son un constante bombardeo de chismes y expresiones aveces innecesarias? Es duro pero real.
Inclusive las familias sufren esto. Antes si alguien contestaba el teléfono de casa, cuando no existían los celulares, si se estaba en medio de una cena se les decía que luego se comunicarían porque estaban cenando. Pero ahora mientras cenamos dos están mandando mensaje y uno hablando por celular. "Total tenemos llamadas y mensajes grantis, ¡no perdemos nada!" es lo que diría algún ingenuo. Claro que se pierde, se pierde la intimidad, y a su vez la comunicación, y sin comunicación no hay relación, por lo tanto, no se expresa el amor.
Algún indignado o en desacuerdo con esta nota reflexiva dirá: "Pero a través de la tecnología tenemos acceso a personas a los cuales antes no contactábamos" o frases como "sos un pesimista de los avances", etc. La realidad es que si tenemos más formas de acceso y más facilidades que antes eran impensadas. Ya no es necesario llamar a alguien para decirle y desearle un feliz cumpleaños, es más fácil mandarles un mensaje por face o twitter, tampoco es necesario mandarle una carta a ese pariente que vive lejos, simplemente le mandamos un mail o hacemos una video conferencia. Pero esa facilidad aveces resulta de modo contraproducente, no cumple su rol porque al ser tan fácil, al no pagar nada, se deprecia la comunicación, y el sacrificio que uno debe hacer para decirle a alguien que le interesa.
En opinión de algunos, lo mencionado puede resultar un poco ortodoxo pero no es así. Más que nada deseo advertirles que estamos en una época de transición en donde en cualquier momento ya no nos miraremos a las caras para saludarnos cálidamente con una sonrisa, y esto está sucediendo en los países donde la tecnodependencia ha aumentado de forma increíble y preocupante. Las relaciones se pierden, el escuchar al otro atentamente, el mirar a los ojos resulta extraño (hablando de culturas en que se es permitido), compartir ideas sin interrupciones, y hasta tenemos programas para realizar auto llamadas para hacernos los interesantes.
Alguna vez, un tal Marshall McLuhan, puso sobre la mesa una teoría donde los medios eran extensiones de nuestras posibilidades. El medio era la evolución que permitía extender nuestras limitaciones espacio-temporales, y aumentar nuestras capacidades físicas y mentales. Esto lo escribió cuando aún la Red no existía, un genio.
El enfoque de McLuhan es correcto, y hasta se puede decir fue un gran adelanto de lo que vendría. Pero lo que no advirtió este hombre fue el cambio adverso que este está produciendo en la actualidad. De alguna forma hemos evolucionado con estos dispositivos pero desde otra perspectiva hemos involucionado, nos convertimos en seres sin sentimientos, sin deseos de comunicarnos personalmente, estamos faltos de la verdadera comunicación, no hay relación profunda, es todo muy fácil y superficial. No es una mirada negativa, trato de ser realista, aún estamos a tiempo de no caer, todavía hay posibilidades de revertir la situación. Incluso comprendo a la generación de tecnodependientes, pero no así a aquellos que se han convertido en monstruos sin sentimientos, totalmente aferrados a la maquinita, a sus trabajos, a los llamados, mensajeros, etc.
Lo peor será cuando tus hijos crean que porque les apagas el celular te miren con odio como pensando que uno está cometiendo un crimen.
Las relaciones son lo que sostienen estos avances, si llegamos al punto de romper con las relaciones por los avances tecnológicos, a partir de ese momento dejaremos de avanzar, todo será un gran retroceso, seremos como animales impersonales y sin carácter propio, sin necesidad de abrazar, de querer escuchar y ser escuchado. En algún sentido, esta tecnodependencia puede destruir el verdadero amor. En el momento en que se acaben las relaciones por la tecnología, serán los países menos avanzados los que aún mantengan la esencia del ser humano: el misterio de amar por medio de la verdadera comunicación y aquellos que deseen seguir con esta tendencia, se darán cuenta que abrazar un Ipad no tiene mucho valor.
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